Hace algunas semanas platicaba con una persona de esas tan particulares que en realidad no entran en ninguna clasificación más que la de extraordinarias.
De repente en una conversación ordinaria arrojó sobre la mesa una idea como si se tratara de cualquier otra, sin mayor preámbulo ni pretensión. Aunque sutil, su participación fue tan contundente que todos guardamos silencio de manera automática.
Y es que como sin nada comentó que el hombre siempre estará condenado a la frustración. Vaya declaración!
Su argumento fue que vivimos sobre una especie de línea divisoria entre dos mundos: el físico y el mental.
En este último, en realidad no tenemos límites más que los que nosotros mismos le pongamos a nuestra mente. Podemos viajar en milésimas a dónde queramos en el tiempo y el espacio. Podemos tener cualquier habilidad, crear cualquier cosa y visualizar y diseñar mundos infinitos.
En contraste, en el plano físico mucho de esto no es posible. En el mejor de los casos toma tiempo, disciplina y constancia poder materializar alguna idea. Y muchas veces ésta estará afectada por un sin número de variantes no existentes en el plano mental, arrojando por ende un resultado un tanto diferente. De ahí la frustración!
Esta reflexión me ha rondado la cabeza desde entonces. Actualmente me encuentro en un intenso proceso de reestructuración en prácticamente todos los aspectos de mi vida. Racionalmente entiendo que equipaje es el que ya no debo cargar. Es más, siempre lo he sabido. También siempre me ha quedado muy claro que acciones me aportan más que otras, que características me restan y que temores me sobran. No miento, todo lo entiendo perfectamente y sé como podría no sólo vivir mejor, pero inclusive como ser un extraordinario ser humano. Pero todos los días me tropiezo conmigo mismo. Arrastro mis malos hábitos y cometo los mismos errores.
Pero aquí viene la parte divertida: Qué pasaría si dejáramos de desear?
Por que el deseo hasta donde yo personalmente lo entiendo, es producto de nuestra mente. Es la idea de una situación futura en la cual tendemos a basar nuestra felicidad.
Es decir, imaginamos (o por lo menos a mi así me pasa) que seremos felices cuando tengamos tal cosa, cuando llegué X día, cuando seamos de tal y cual manera, cuando logremos otro tanto, etc. Olvidamos el aquí y ahora y empezamos a vivir no sólo en mundos imaginarios, pero también desfasados en el tiempo. Nos desperdigamos, nos perdemos, y así creo que es imposible no estar frustrado
Pero no será entonces que la mente se vuelve un amo cuando debería ser un siervo?
Y qué tal si en el aquí y ahora somos perfectos y sólo hace falta aceptarnos tal cual?
En realidad qué más podríamos necesitar?
Imagina que cada momento presente, cada segundo pudieras estar plena y totalmente aquí y ahora. Estoy seguro que algo muy similar es eso que llaman el paraíso, el nirvana o la iluminación.