Hace unos días tuve la oportunidad de emprender una aventura extraordinaria acompañado de uno de los seres que más quiero en este mundo, mi primo y hermano del alma. Nos dirigimos a un pueblo paradisíaco donde habita otro de mis más grandes aliados y hermano en este camino de la vida.
Sobra decir el gusto que siempre me da encontrarme con este gran guerrero, quien nunca tiene reparos en hacer cualquier cosa por recibirme como rey.
El principal pretexto para este viaje fue el aprender a volar con dragones deslizándonos sobre los reinos de Poseidón. Sin embargo, más que una lección de vuelo y de control de los elementos, fue una gran enseñanza de vida.
Tuvimos oportunidad de convivir con las tribus de los Jinetes de Dragones y aprender mucho de ellos y de su muy particular estilo de vida. Sin duda lo que más me impresionó fue la entrega que tienen por esta pasión del vuelo. Provenientes de diferentes lugares del mundo, en este lugar han encontrado su paraíso y se han entregado sin reservas a vivir su vida bajo sus propias reglas. Pocas veces he visto tanta pasión como la que tienen estos hombres y mujeres.
Me cuestiono sobre cómo vivo mi vida. Cuántas cosas hago con verdadera y profunda pasión y cuantas otras son simple inercia. Cuánto me entrego a lograr mis sueños y cómo lidio con mis temores.
Definitivamente la libertad es algo que se construye y se gana. Y creo que muchas de las llaves para llegar a esta se encuentran en la simplicidad que se torna en paz y alegría.
Hay que sentir para estar vivos y para podernos mover con libertad. Hay que sentir lo que pensamos, lo que decimos, a la gente con quien convivimos, el lugar donde habitamos, los elementos… en todos ellos se encuentra la belleza de la vida. Y donde más sintamos esa vibración, creo que es donde, como y con quien debemos estar. Esto es sin duda el viento que debe dirigir al dragón de nuestra intuición, que siempre sabrá llevarnos al mar de nuestra libertad.
Gracias Andrés, Yuca y a los Jinetes de Dragones!
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